12 enero 2011

Como en el lejano oeste. El asesino de Arizona.

Apagó el cigarrillo con la bota derecha, no tenía ninguna intención en quitarse del medio de la calle hasta no conseguir su objetivo, entrelazó los dedos de sus dos manos y los hizo crujir, el abrasador sol texano le encandilaba, acomodó su sombrero para que no le molestara cuando su víctima saliera del bar. Divisó un ligero movimiento de sombras en el interior del inmueble, colocó sus dos manos a los costados, rozando la cartuchera. Se abrió la puerta, un grupo de personas comenzaron a salir, no pudo reconocer a su víctima, se puso demasiado nervioso, con los revólveres en mano apuntó a la multitud, esperando identificar a su víctima, una niña que pasaba al ver la escena, comenzó a gritar, el caos se apoderó del lugar, uno de los que estaba en la multitud intentó escapar y recibió un bala en el costado que lo tiró al suelo, el pistolero totalmente descontrolado empezó a disparar a diestra y siniestra, además de matar a su objetivo, también hay que añadirle a su cuenta, cuatro hombres más, un niño, una anciana, un caballo y una farola. Esta escena típica de un western de otras décadas, es una burda y lamentable comparación con lo que puede pasar hoy en día en Estados Unidos. Cualquier persona puede sacar su pistola del primer cajón de su ropero y matar indiscriminadamente a quien se le cruce o lo que es peor, a quién le moleste. Y lo más curioso de todos, es el castigo que en algunos condados de este país aplican, la pena de muerte.


Fuente: Público. Más sobre esta noticia.

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